Fue un viaje largo, de trescientos trece dÃas. Y fue un viaje silencioso, sin escalas ni paradas, un viaje que no fue ni por automóvil, ni por barco ni por avión. Fue el viaje que hizo Serguéi Krikalev, cosmonauta ruso, en su cápsula espacial. Él nunca pensó que lo que ocurrió durante su vuelo pudiera haber ocurrido.
Cuando bajó de su vehÃculo en la república soviética de Kazakstán, después de diez meses en el espacio, su paÃs habÃa sufrido un cambio total. La Unión Soviética ya no existÃa. El comunismo ruso era cosa del pasado. Gorbachov no era más presidente, y en lugar de la bandera roja con la hoz y el martillo, flameaba la tricolor rusa antigua. Hasta su ciudad natal, Leningrado, habÃa cambiado de nombre y ahora se llamaba, como antes, San Petersburgo.
Serguéi se sintió mareado, no sólo como reacción natural de plantar pie otra vez en tierra sino, más que todo, por tantos cambios que nadie jamás pudiera haber previsto. El cosmonauta ruso anterior, Musá Manárov, estuvo más tiempo que él en el espacio, trescientos sesenta y seis dÃas, pero durante su ausencia nada cambió. En cambio, durante la ausencia de Krikalev, en sólo diez meses, su mundo habÃa dado un vuelco polÃtico total.
¿Cómo reaccionó Krikalev ante un cambio tan súbito y radical? Eso no lo sabemos, pues la agencia de noticias no lo explicó, pero no podemos menos que compararlo con cómo reaccionamos nosotros ante cambios inesperados en nuestra vida.
Todos tenemos situaciones en la vida que, sin la más mÃnima premonición, nos sorprenden: un diagnóstico médico que es presagio de calamidad; la noticia de un accidente automovilÃstico que trae consigo informe de muerte; el anuncio del marido, de que otro amor ha desplazado a la esposa; la noticia devastadora de que nuestro hijo ha contraÃdo el SIDA. Tales circunstancias pueden pasarnos a todos. Nadie es tan santo como para que no le ocurran. ¿Cómo reacciona uno ante semejantes situaciones?
Cuando no hay fe, cuando no creemos en un ser superior, cuando no nos hemos relacionado en forma personal y continua con Dios, no nos queda más que una horrible desesperación que nos deja sin ánimo de seguir viviendo.
En cambio, cuando hemos vivido tomados de la mano del Señor, y cuando conocemos lo que es fe segura en la sabidurÃa y en la providencia divinas, no nos amedrentamos ante el anuncio imprevisto de alguna calamidad. Sà tendremos luchas, pero con Cristo de amigo, seremos más que vencedores.
Escrito por: Hermano Pablo
No hay comentarios:
Publicar un comentario