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viernes, 5 de septiembre de 2025

Lo que la gracia nos enseña

En la Iglesia de Times Square, prediqué sobre la misericordia, la compasión y la bondad amorosa de Dios hacia nosotros, su justificación y santificación, y su aceptación en su Hijo. Todas estas doctrinas se centran en la gracia de Dios hacia nosotros a través de Jesucristo, pero ¿qué nos sucede cuando intentamos acaparar esta rica herencia?

Considera lo que le sucedió al hijo pródigo en Lucas 15:11-32. Una vez que se llenó de la riqueza de su padre, esta empezó a quemarle el bolsillo, y decidió recurrir al mundo para satisfacer la lujuria de su corazón. Se dijo a sí mismo: “Mi bendición durará mucho tiempo”.

Yo estoy convencido de que muchos cristianos no pueden soportar las bendiciones de la gracia. Se glorían en el mensaje del perdón inmerecido de Dios, llenando sus mentes con cada pasaje bíblico que describe su misericordia y compasión. Les encanta escuchar la historia del pastor que va tras la oveja perdida porque les brinda gran consuelo. Sin embargo, una vez que acumulan toda la rica y gloriosa verdad sobre la gracia de Dios hacia ellos, esta comienza a quemarles la sangre. ¡Se convierte para ellos en una licencia para pecar!

El pródigo malgastó su riqueza de esta manera. Gastó las riquezas de su padre en fiestas, apuestas, emborrachándose y visitando prostitutas. Noche tras noche, malgastaba sus bendiciones, cayendo cada vez más en el pecado. Cada mañana se levantaba, se deshacía de toda convicción, volvía a sus ahorros y se decía: “Aquí todavía hay de sobra para mí. Puedo con ello”.

De la misma manera, muchos cristianos se lanzan a un mundo de placeres prohibidos, buscando gastar sus riquezas en una vida desenfrenada. Su lujuria los lleva a la cama de un fornicario, a una dosis de cocaína, a la homosexualidad, a la pornografía, al alcohol o a las drogas. Sin embargo, se consuelan constantemente en su pecado, diciendo: “La gracia de Dios me basta. Él me amará sin importar lo que haga en mi carne. Sus misericordias son para siempre”.

La gracia de Dios nunca tuvo la intención de ser pervertida ni desperdiciada. De hecho, está destinada a tener el efecto contrario. Pablo escribió: “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente” (Tito 2:11-12). ¡La gracia de Dios nos enseña piedad, justicia y un santo temor del Señor!

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