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jueves, 2 de mayo de 2024

¡Es hora de actualizarse!


Los cambios vertiginosos que hemos visto en la sociedad en las últimas décadas, lejos de ser una amenaza, nos presentan la mejor oportunidad de revisar las formas en que hemos estado desarrollando nuestros ministerios. No permitamos que el tiempo nos haga ser menos efectivos.. ¡Actualicémonos!
Hace unos años, le escuché decir a John Stott lo siguiente: «cada cristiano necesita dos conversiones: una desde el mundo a Cristo y otra de nuevo al mundo pero con Cristo.». Me dejó pensando... Meses atrás, compartí con un grupo de líderes juveniles mi intención de reflexionar sobre cómo establecer un ministerio juvenil «posmoderno». Se les cayó la mandíbula. Me miraron con sospecha, lo que me hizo recordar una circunstancia de mi niñez.

Cuando era chico mi mamá me leía muchos cuentos. Una noche me leyó una historia que incluía la palabra «terrícola» la cual atrajo mucho mi atención y enseguida la aprendí. Al día siguiente, mientras jugaba con uno de mis amiguitos, recordé la palabra y le dije «eres un terrícola». Mi amigo me miró y me dijo que yo era un estúpido. Yo me reí al darme cuenta que ignoraba el significado de la palabra y le repetí: «eres un terrícola, puedes preguntárselo a tu mamá». Él me miró todavía más enojado y me espetó una mala palabra, muy común en mi país. Entonces me enojé y fui hasta donde su mamá para que le dijera que él sí era un terrícola. Le dije: «Señora, ¿cierto que Fernando es un terrícola?». Sin saber lo que ocurría, la madre de mi amigo se rió y mirándolo, le dijo: «Sí, claro.» Mi amiguito se puso a llorar...

Lo mismo estaban haciendo estos líderes. Nos guste o no la palabra, este es el tiempo que nos toca vivir. Por el diseño de Dios vivimos en esta etapa de la historia humana y es a esta generación que nuestros ministerios juveniles están enfocados. Por eso, no solo es importante que aprendamos a resistir los efectos malos de nuestra cultura con perspicacia espiritual (y sacar ventaja de los buenos, por supuesto), sino que también debemos conocer los códigos de esta generación para usarlos en nuestro diálogo con la juventud que queremos influir. El conocido filósofo Voltaire solía decir: «Si quieren comunicarse conmigo tienen que entender mi idioma».

Suma de proyectos
El mundo entero se sigue moviendo hacia una sociedad pluralista y a la vez integrada. La llamada globalización o «la gran aldea» tiende a disminuir las defensas ideológicas y a acercar a las partes. Eso tiene sus ventajas. Es fácil darse cuenta de que lo mismo ocurre con la iglesia. La versión eclesiástica de esta realidad se inició con la aparición de sellos interdenominacionales, movimientos, pastores itinerantes, evangelistas masivos, organizaciones para-eclesiásticas sin representatividad denominacional y, sobre todo, los medios de comunicación cristianos. Los jóvenes criados en el presente clima histórico tienen poco interés en las diferencias denominacionales, pues el localismo ya no es una fuerza.

Los jóvenes de esta generación son los protagonistas de la esperanza tan añorada de una Iglesia unida, por lo cual, resistir este aspecto del posmodernismo no solo es ingenuo estratégicamente sino una herejía, ya que la Iglesia fue siempre solo una. Pero atendamos lo práctico: si una congregación tiene a diez adolescentes y otra —a solo dos cuadras— tiene a otros diez, ambos grupos pueden y quizás deban entrar en contacto. Por supuesto que cada iglesia no tiene por qué perder su perfil pero es innegable que, para alcanzar a la juventud de cada barrio más eficazmente, con el mensaje transformador de Cristo, es necesario que muchos grupos juveniles decidan trabajar de manera conjunta. Así, más y más se escuchará que las redes de trabajo juvenil avanzan por todo el continente. ¡Es increíble el entusiasmo generado por los ministerios juveniles que deciden pensar fuera de la caja y empiezan a entrelazar energías para avanzar sobre una ciudad o comunidad!

La actualización de los métodos
Otro detalle no necesariamente negativo de nuestro tiempo es que la posmodernidad descalificó muchos métodos que hace unos años eran eficaces, pero hoy evidentemente ya no lo son. Hace unos años, Malco Petterson decía: «Es hora de dejar los métodos de los cincuentas en el museo y movilizar a nuestros adolescentes para servir en los noventas.» Ahora ya estamos en el nuevo milenio, lo cual nos urge a preguntarnos: ¿Por qué hacemos lo que hacemos?, ¿funciona? Si concordamos en que las tendencias sociales progresan y varían y que la problemática adolescente de nuestro tiempo y espacio es particular, también debemos concordar en revisar nuestros métodos, al punto de adquirir verdadero contacto con la realidad que nos rodea.

La planeación de las actividades debe considerar la utilización de recursos propios de nuestro tiempo. Si admitimos que la sociedad esta mediatizada y reconocemos que noventa por ciento del tiempo los adolescentes están en contacto con la música de las «FM», no podemos demorar en que nuestro programa considere qué tiene la radio que podamos traer a nuestras actividades. La discusión de películas de video, la distribución de video clips con mensajes cristianos, la concurrencia u organización de conciertos, el uso de tecnología, páginas en la web y demás actividades deben programarse como parte de la estrategia «espiritual» de la iglesia. No podemos ignorar que para los jóvenes que no crecieron en la iglesia, el sistema «reunión de predicación» es una píldora muy difícil de tragar.

Pluralismo, globalización, posmodernidad, tecnología, nuevo milenio, revolución, variedad, son todos conceptos y realidades que nos desafían a dar un mayor esfuerzo a la hora de establecer nuestros métodos. Por eso los líderes que trabajan en esta cultura emergente han de reflexionar seriamente en este sentido.

Las siguientes preguntas revelan la reflexión de algunos líderes que no quieren dejar que el estancamiento estropee su visión y sus estrategias: ¿Realmente funciona lo que estamos haciendo? ¿Cuáles de los métodos que usamos son simples tradiciones ajenas a lo fundamental del evangelio? ¿De cuáles actividades o métodos que no estamos haciendo o usando podemos servirnos para concretar la visión que el Señor nos dio? ¿Cómo puedo entender mejor a mis adolescentes? ¿En qué andan mis jóvenes y aquellos a los que quiero alcanzar ahora?

Si, como ministros al servicio de la juventud, nos aseguramos periódicamente de responder con honestidad a estas preguntas, y, además, operamos con audacia los cambios necesarios que nuestra reflexión nos dirija a hacer, será menos complicado seguir avanzando.

Sobre toda cosa guardada
El concepto y desarrollo de los ministerios juveniles ha empezando a sufrir una poderosa revolución en toda Hispanoamérica. Pero, como ocurre en todos los avivamientos, será la suma de decisiones personales lo que produzca el impacto final. Por eso es indispensable mantener fresco nuestro corazón. Cuidar constantemente nuestra conexión íntima con Dios es más importante que cualquier idea, programa, libro o seminario de ministerio juvenil. De esta manera exhortó Jesús a sus discípulos: «Permanezcan en mí y llevarán mucho fruto; separados de mí nada pueden hacer.» Es imposible dar lo que no tenemos, contagiar un virus que no portamos. Si verdaderamente buscamos que nuestra juventud entienda el plan de Dios y madure integralmente —con un apasionado crecimiento espiritual—, nosotros debemos movernos hacia la misma dirección que queremos para ellos.

Nuestro compromiso de mantenernos frescos espiritualmente permanecerá firme por la suma de continuas decisiones en la dirección correcta.

Personalmente me encantan las preguntas, pues me ayudan a evaluarme, me dan apertura y me iluminan. Por eso le comparto algunas de orden más privado.

Cuando mis jóvenes me miran… 
  • ¿Se sienten motivados a amar a Dios con todo su corazón, alma, mente y cuerpo?
  • ¿Tienen un ejemplo de confianza en la dirección y sabiduría de Dios para el manejo sus responsabilidades, posesiones y demás?
  • ¿Notan que me vuelvo a Dios cuando tengo ansiedad, problemas o enfermedad?
  • ¿Reconocen mi compromiso con Cristo porque invierto tiempo en la lectura y estudio de la Biblia?
  • ¿Saben que la oración es parte importante de mi vida?
  • ¿Entienden qué significa llevar la cruz y vivir como discípulos de Cristo?
  • ¿Perciben que Dios es central en mis pensamientos y acciones constantemente o solamente los domingos por la mañana?
  • ¿Tienen testimonio de que me intereso por mi familia, mis amigos y los «leprosos y extranjeros» de este mundo?
  • ¿Aprenden a ser compasivos y centrados en Cristo en lugar de insensibles y egocéntricos?
  • ¿Se sienten desafiados a no hablar por detrás de la gente?
  • ¿Qué tipo de madurez estoy modelando últimamente?

Usted puede agregar las suyas.
Sea en la posmodernidad o en cualquier otro tiempo, los líderes maduros suman a la unidad de la Iglesia, sabiendo que unidos somos más fuertes; esos líderes también actualizan sus métodos y estrategias para ser eficaces en un contexto determinado y sobre todo cuidan su corazón.

El autor es doctor en Misionología y director de Especialidades Juveniles, una organización dedicada exclusivamente a generar recursos y entrenamiento para líderes juveniles. © Apuntes Pastorales, Volumen XXIII – Número 3.

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