Jesús se volvió hacia Natanael y le dijo: “De cierto, de cierto os digo: De aquà en adelante veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre” (Juan 1:51). La frase griega aquà proviene de una raÃz que sugiere “repetidamente”. En otras palabras, Jesús le estaba diciendo a Natanael: “Dios te revelará continuamente”.
De igual manera, Dios hace este pacto con todo ministro del evangelio cuya vida es irreprochable, sin pecado oculto ni secretos oscuros. Un siervo asà recibe un flujo continuo de la revelación de la gloria de Cristo. Actúa como un oráculo de Dios, recibiendo continuamente una palabra fresca del cielo.
Me asombran a menudo las palabras frescas y ungidas que oigo estos dÃas de varios predicadores jóvenes y desconocidos. Recibimos muchÃsimas prédicas de todo el paÃs, y de vez en cuando alguna contiene un mensaje similar. Cuando escucho esta visión pura de Cristo, a veces llamo al ministro que la predicó y le pido más prédicas.
Si las prédicas demuestran ser coherentes en cuanto a la visión y el mensaje, yoinvitarÃa al predicador a hablar en la Iglesia Times Square. De hecho, asà fue como llegamos al pastor Carter Conlon.
Estos siervos son directos y sencillos en su caminar con Dios, y sus vidas son como libros abiertos. Son dedicados a sus familias y no muestran ni una pizca de ambición. En cambio, pastorean con alegrÃa pequeñas congregaciones, pasando muchas de sus horas de vigilia a solas en oración. Su presencia está llena del EspÃritu de Dios, y las revelaciones de Cristo fluyen de ellos como rÃos de vida.
Nuestra iglesia también cuenta con ancianos piadosos. A menudo, cuando escucho a estos hombres enseñar, muevo la cabeza con asombro, preguntándome: "¿De dónde sacaron estos siervos revelaciones tan increÃbles de la gloria, el poder y la suficiencia de Cristo? ¡No tienen formación teológica, pero enseñan rÃos de revelación puros y santos!".
Al igual que Natanael, estos son siervos en quienes no hay engaño, hábito oculto ni pecado. Por lo tanto, pueden ver, oÃr y discernir la voz de Dios y reconocer con claridad su latido.
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