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sábado, 13 de septiembre de 2025

Cuando Dios Abre los Cielos

David Wilkerson

Jesús se volvió hacia Natanael y le dijo: “De cierto, de cierto os digo: De aquí en adelante veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre” (Juan 1:51). La frase griega aquí proviene de una raíz que sugiere “repetidamente”. En otras palabras, Jesús le estaba diciendo a Natanael: “Dios te revelará continuamente”.

De igual manera, Dios hace este pacto con todo ministro del evangelio cuya vida es irreprochable, sin pecado oculto ni secretos oscuros. Un siervo así recibe un flujo continuo de la revelación de la gloria de Cristo. Actúa como un oráculo de Dios, recibiendo continuamente una palabra fresca del cielo.

Me asombran a menudo las palabras frescas y ungidas que oigo estos días de varios predicadores jóvenes y desconocidos. Recibimos muchísimas prédicas de todo el país, y de vez en cuando alguna contiene un mensaje similar. Cuando escucho esta visión pura de Cristo, a veces llamo al ministro que la predicó y le pido más prédicas.

Si las prédicas demuestran ser coherentes en cuanto a la visión y el mensaje, yoinvitaría al predicador a hablar en la Iglesia Times Square. De hecho, así fue como llegamos al pastor Carter Conlon.

Estos siervos son directos y sencillos en su caminar con Dios, y sus vidas son como libros abiertos. Son dedicados a sus familias y no muestran ni una pizca de ambición. En cambio, pastorean con alegría pequeñas congregaciones, pasando muchas de sus horas de vigilia a solas en oración. Su presencia está llena del Espíritu de Dios, y las revelaciones de Cristo fluyen de ellos como ríos de vida.

Nuestra iglesia también cuenta con ancianos piadosos. A menudo, cuando escucho a estos hombres enseñar, muevo la cabeza con asombro, preguntándome: "¿De dónde sacaron estos siervos revelaciones tan increíbles de la gloria, el poder y la suficiencia de Cristo? ¡No tienen formación teológica, pero enseñan ríos de revelación puros y santos!".

Al igual que Natanael, estos son siervos en quienes no hay engaño, hábito oculto ni pecado. Por lo tanto, pueden ver, oír y discernir la voz de Dios y reconocer con claridad su latido.

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