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Lea: Hechos 24:1-23
Al oÃr esto, Félix, como estaba bien informado de este Camino, los relegó, diciendo: “Cuando descienda el comandante Lisias, acabaré de conocer de vuestro asunto”. Y mandó al centurión que se custodiara a Pablo, pero que se le concediera alguna libertad, y que no impidiera a ninguno de los suyos servirlo o venir a él. Hechos 24:22-23
Éste es el relato de una de las demoras inescrutables de Dios que nos afligen a menudo. Pensamos que algo que queremos que ocurra va a ocurrir muy pronto. Entonces, al movernos hacia ello encontramos que se aleja de nosotros, retrocede de nosotros, nos elude. A veces nos toma meses o años el llegar al punto que pensábamos que estaba al alcance. Estas circunstancias producen preguntas en nuestras mentes y corazones. Asà mismo con el apóstol. Aquà comenzamos a ver la disciplina de la demora de Dios.
Félix realmente no necesita que Lisias descienda. Ya ha recibido una carta exonerando a Pablo. Pero utiliza esto como un pretexto para poder oÃr más del apóstol. La curiosidad de Félix ha sido despertada y, como nos cuenta Lucas, sabÃa algo sobre el cristianismo y quiere oÃr más. Asà que retiene a Pablo en custodia, aunque tiene todo derecho legal a dejarle en libertad.
Ahora, no le eches la culpa a Félix, porque está siendo utilizado como un instrumento para llevar a cabo los propósitos de Dios con Pablo. Ésta es la obra de un Padre celestial amante que está preocupado por Su querido Hijo. Acuérdate de que Pablo, por desobediencia, a pesar de las advertencias persistentes del EspÃritu Santo, habÃa elegido el camino que le llevó a los grilletes y el encarcelamiento. HabÃa desobedecido la orden directa del EspÃritu de que no debÃa ascender a Jerusalén.
Hay una lección muy instructiva aquà para nosotros. Es simplemente que cuando desobedecemos a Dios y más tarde somos perdonados, como fue perdonado y restaurado Pablo, el perdón no cambia el camino que hemos elegido. Dios no elimina las pruebas y las dificultades que hemos asumido deliberadamente. Lo que hace ese perdón es restaurar a ese camino todo el poder y el júbilo y la alegrÃa que era nuestra experiencia antes de que camináramos en desobediencia. Encuentras que eso es lo que ocurre aquà con Pablo. Cuando fue restaurado a la hermandad de su Señor por la aparición del Señor Jesús a él en prisión en Jerusalén, como vimos en un capÃtulo anterior, el camino del encarcelamiento no fue cancelado. Permanece prisionero, y le quedan dos largos y agotadores años de esperar en Cesarea, y tres más en Roma, como prisionero del Señor. Dios no elimina eso, pero sà lo transforma en una experiencia más fructÃfera y productiva para el apóstol.
Éste es el punto que esta sección completa nos está presentando. Vemos a Pablo siguiendo adelante, atado como un prisionero, encontrando, sin embargo, que la plenitud del poder y la gloria de Dios es capaz de obrar en él tan libremente por medio del canal de encarcelamiento como lo hizo cuando era libre. El encarcelamiento no era cómodo, pero lo aceptó como la provisión de Dios para él, y encontró que no fue nada menos el instrumento de la obra y el poder de Dios que lo que habÃa experimentado anteriormente.
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