Mateo 4:11 (NTV)
Arrastrando los pies, entro en la cocina. Cada movimiento de mi ser es lastrado por una masa de cemento invisible. Apoyada en la pared para sostenerme, mi corazón late con fuerza y una niebla densa nubla mis pensamientos. Me he convertido en un caracol, apenas capaz de moverme mientras la vida sigue corriendo a mi alrededor. Intento aprovechar la motivación que una vez impulsó mis acciones, pero no puedo. Mi tanque de energía está vacío. Necesito ayuda; no puedo seguir fingiendo que estoy bien.
Mi diagnóstico es de doble filo. La buena noticia es que mejoraré con el tiempo. La dificultad es que debo tomarme un descanso para sanar. No una estancia de tres semanas, sino un paro total de actividades durante un período prolongado.
Gruño y lucho; esto no es fácil, ni estoy muy dispuesta. Algo no anda bien. Un remolino infernal de preguntas surge en mi mente. ¿Qué pasará con mi familia, mi trabajo y los ministerios?
Pero entonces es como si Jesús me preguntara: ¿Y tú? Tú importas también.
Hago una pausa en mi diatriba y a medida que se va calmando la agitación interna, percibo el corazón de Jesús. Cada una de nosotras le importa. Sin embargo, parece imposible priorizar el descanso. Nuestras vidas ajetreadas son exigentes, y en muchos sentidos, se glorifica la productividad mientras que se rechaza el ritmo despacio. ¿Será posible que sea diferente con Jesús? ¿Es seguro presionar el botón de pausa? Para ayudarme a comprender el valor que Dios le da al descanso para Sus hijos, Jesús me dirige la atención a Su historia personal.
Tras los 40 días de prueba de Jesús en el desierto, el Evangelio de Mateo documenta un intermedio divino: “llegaron ángeles a cuidar a Jesús” (Mateo 4:11). Curiosamente, en estas palabras no se registra ningún movimiento por parte de Jesús.
En cambio, Jesús parece haber pausado Su actividad, sin apresurarse en esta interrupción divina. Jesús priorizó el descanso para que Su cuerpo y alma fueran refrescados. Se detuvo a propósito para aceptar el alimento divino enviado desde el cielo en lugar de recibir Su sustento mientras corría hacia lo siguiente. En este interludio cariñoso, Jesús experimentó el cuidado tierno de Dios Padre para Su Hijo amado.
La Palabra de Dios nos asegura que todo lo podemos con la fuerza que Él nos da (Filipenses 4:13). Este “todo” puede incluir el descanso. En nuestras vidas activas, hay momentos en los que necesitamos detenernos sin prisa para poder respirar. En algunas temporadas de la vida, necesitamos interludios de días o semanas tranquilas para refrescarnos. Otras veces, necesitamos una pausa prolongada para sanar.
Como hijas amadas de Dios, somos importantes para Él. Mediante interrupciones divinas, Dios expresa Su amor y cuidado por nosotras. De hecho, podemos seguir el ejemplo de Jesús. Si Él presionó el botón de pausa, está bien que hagamos lo mismo.
Querido Dios, gracias por amarme y por crear espacios para mi renovación. Ayúdame a ver y comprender cuando colocas estos espacios ante mí para que pueda entrar en ellos sin preocupaciones y hallar descanso al recibir Tu cuidado tierno. Ayúdame a creer que puedo presionar el botón de pausa Contigo con confianza. En el Nombre de Jesús, Amén.
Por: Leanne Esau
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