La carga del pecado oculto que el rey David llevó durante todo un año le costó caro. Quebrantó su salud, plagó su mente e hirió su espÃritu. Creó estragos en su hogar, desilusión en el pueblo de Dios y burla entre los impÃos.
Finalmente, David clamó: “Pero yo estoy a punto de caer, y mi dolor está delante de mà continuamente” (Salmos 38:17).
Algunos cristianos podrÃan ver a David en su tiempo de crisis y pensar: “¡Qué tragedia pudo traer Satanás sobre David! ¿Cómo podrÃa este salmista, alguna vez tierno, llegar al borde de una caÃda? Dios debe haber estado terriblemente enojado con él”.
¡No! No fue el diablo quien hizo que el pecado de David fuera tan pesado; fue Dios. En su gran misericordia, Dios permitió que este hombre se hundiera en las profundidades porque querÃa que él viera la magnitud de su pecado. Él hizo el pecado no confesado de David tan pesado que ya no podÃa soportarlo y fuera llevado al arrepentimiento.
La verdad es que solo un hombre justo como David podrÃa verse tan poderosamente afectado por su pecado. Su conciencia era tierna, y sintió los agudos dolores de cada flecha de convicción que Dios empujó a su corazón. Es por eso que David podrÃa decir: “Mi dolor está continuamente delante de mÔ.
Ese es el secreto de toda esta historia. David tenÃa una tristeza piadosa, un temor profundo y precioso de Dios. Él pudo admitir: “Veo la mano de disciplina del Señor en esto, llevándome a mis rodillas, y reconozco que mi pecado merece su ira”.
El escritor de Lamentaciones escribe: “Yo soy el hombre que ha visto aflicción bajo el látigo de su enojo. Me guio y me llevó en tinieblas, y no en luz... Hizo envejecer mi carne y mi piel; quebrantó mis huesos; edificó baluartes contra mÃ, y me rodeó de amargura y de trabajo. Me dejó en oscuridad, como los ya muertos de mucho tiempo. Me cercó por todos lados, y no puedo salir; ha hecho más pesadas mis cadenas... Cercó mis caminos con piedra labrada, torció mis senderos” (Lamentaciones 3: 1-9).
El punto del escritor es claro. Cuando vivimos con pecado oculto, Dios hace que nuestras cadenas sean tan pesadas, caóticas y aterradoras que somos impulsados a una confesión abierta y un profundo arrepentimiento.
Fuente: worldchallenge.org
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