jueves, 6 de febrero de 2025

La carga del pecado oculto - David Wilkerson


La carga del pecado oculto que el rey David llevó durante todo un año le costó caro. Quebrantó su salud, plagó su mente e hirió su espíritu. Creó estragos en su hogar, desilusión en el pueblo de Dios y burla entre los impíos.

Finalmente, David clamó: “Pero yo estoy a punto de caer, y mi dolor está delante de mí continuamente” (Salmos 38:17).

Algunos cristianos podrían ver a David en su tiempo de crisis y pensar: “¡Qué tragedia pudo traer Satanás sobre David! ¿Cómo podría este salmista, alguna vez tierno, llegar al borde de una caída? Dios debe haber estado terriblemente enojado con él”.

¡No! No fue el diablo quien hizo que el pecado de David fuera tan pesado; fue Dios. En su gran misericordia, Dios permitió que este hombre se hundiera en las profundidades porque quería que él viera la magnitud de su pecado. Él hizo el pecado no confesado de David tan pesado que ya no podía soportarlo y fuera llevado al arrepentimiento.

La verdad es que solo un hombre justo como David podría verse tan poderosamente afectado por su pecado. Su conciencia era tierna, y sintió los agudos dolores de cada flecha de convicción que Dios empujó a su corazón. Es por eso que David podría decir: “Mi dolor está continuamente delante de mí”.

Ese es el secreto de toda esta historia. David tenía una tristeza piadosa, un temor profundo y precioso de Dios. Él pudo admitir: “Veo la mano de disciplina del Señor en esto, llevándome a mis rodillas, y reconozco que mi pecado merece su ira”.

El escritor de Lamentaciones escribe: “Yo soy el hombre que ha visto aflicción bajo el látigo de su enojo. Me guio y me llevó en tinieblas, y no en luz... Hizo envejecer mi carne y mi piel; quebrantó mis huesos; edificó baluartes contra mí, y me rodeó de amargura y de trabajo. Me dejó en oscuridad, como los ya muertos de mucho tiempo. Me cercó por todos lados, y no puedo salir; ha hecho más pesadas mis cadenas... Cercó mis caminos con piedra labrada, torció mis senderos” (Lamentaciones 3: 1-9).

El punto del escritor es claro. Cuando vivimos con pecado oculto, Dios hace que nuestras cadenas sean tan pesadas, caóticas y aterradoras que somos impulsados ​​a una confesión abierta y un profundo arrepentimiento.

 Fuente: worldchallenge.org

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